Santeria
Shangó, rey de reyes, tenia un esclavo fiel que le seguía a todas partes: el chivo. Pero éste comenzó a envidiar a su dueño, al punto de aliarse al ounko y al auré. En el silencio de la noche, y con la complicidad de la luna, las estrellas y los sonidos rítmicos del búho, los compinches idearon un plan para acabar con Shangó. Tal plan consistía en esconderle todas sus armas: su hacha bipene, sus machetes, sus picos y sus azadones.
Changó, bravo entre los bravos, respondió al reto de su esclavo y fue inmediatamente a buscar sus armas. Y cuál seria su asombro al encontrar su armería vacía, donde sólo quedaba un bate de ácana. Preocupado, decidió registrarse con Orula, quien inmediatamente le mandó un ebbó, entre cuyos múltiples ingredientes estaban un akukó para Elegguá y un bate de ácana. Después de hacer lo indicado por Orula, Changó se presentó al campo de batalla.
De inmediato el abbo se puso unos tarros embrujados y arremetió contra su rival, dejándolo maltrecho. Pero Shangó, siempre fuerte, se levantó y contraatacó; le cercenó los tarros, aunque para este trance, el abbo tenía repuestos.
En amplia carrera, se dirigió hacia el escondite donde estaba el ounko para ponerse los otros tarros. Entonces lo vio Elegguá, siempre vigilante, cuyo agradecimiento por Shangó hizo que le cerrara los caminos al abbo para que no llegara. Así, los bosques entrelazaron sus ramas y las enredaderas tupieron los senderos. Elegguá fue corriendo a ver a Shangó y le dijo: «Te traicionaron el abbo, el auré y el ounko. Cómetelos, pues te servirán de depurativo». Al encontrar a los tres completados juntos, Shangó los atacó y les cortó las cabezas, bebiendo la sangre vivificadora, tras lo cual dijo: «Mientras el mundo sea mundo, mis hijos y yo seguiremos comiendo abbo, pero en caso necesario también comeremos ounko, que es mi medicina, pero como a Babá le gusta el auré, éste será respetado».
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